Aristeo
La primera vez que vimos a Aristeo fue de la mano de la vieja hechicera que vivía a la salida del pueblo. Ella nos dijo que era su hijo adoptivo.
¿No tiene padres?, le preguntamos.
Sí, respondió, pero ellos no son de este mundo.
No contestó a más preguntas.
Cuando tuvo veinte años, Aristeo emigró al extranjero,
pero regresó al morir la bruja para hacerse cargo de la
herencia. Ésta consistía en una finca con árboles frutales,
una cabaña de madera, un estanque, un rebaño de ovejas y
una colonia de abejas. Bajo su cuidado, en pocos años, la
finca se convirtió en un vergel y las abejas se multiplicaron
de modo asombroso. Había colmenas por todos los rincones
de la finca y también dentro de la cabaña, arrimadas a las
paredes para que salieran al exterior por las rendijas de las
tablas. Si grande fue el prestigio de Aristeo como hortelano,
mayor fue su fama como apicultor: Cogía los panales de
miel, llenos de abejas, con las manos desnudas y sin careta y
nunca le picaron.
Una noche, tres ladrones entraron en su cabaña por una
ventana. Aristeo saltó de su camastro y se enfrentó a ellos.
-Sólo venimos a por dos sacos de manzanas y uno de
uvas –dijo el cabecilla-. Quédate quieto en un rincón y no
estorbes si no quieres que te demos una paliza.
-Dejad esa fruta donde está –dijo Aristeo.
Ellos no le escucharon y continuaron llenando los sacos.
-No volveré a repetíroslo –dijo él.
Cuando los ladrones se disponían a salir con los sacos a
cuestas, Aristeo se plantó en la puerta a cortarles la salida. El
que iba delante le agarró de un brazo y le apartó
violentamente, Aristeo tropezó con una colmena
derribándola. Un enjambre de abejas asustadas zumbó
amenazador en la noche alrededor del candil de los ladrones.
Cuando estos recibieron los primeros picotazos, soltaron los
sacos y salieron corriendo. Las abejas les persiguieron,
clavándoles sus aguijones en la cara, en los brazos y en las
piernas, hasta que se tiraron al suelo revolcándose y gritando
de dolor. Aristeo se acercó, calmó a las abejas y se las llevó a
la colmena, luego volvió y sulfató a los ladrones con un
antídoto para aliviarles la hinchazón producida por cientos
de picaduras. Él no tenía ni una.
Aristeo tenía por costumbre asomarse a la puerta de su
cabaña para ver amanecer. Cuando el cielo estaba despejado
y el sol estaba a punto de asomarse por detrás del monte que
se alzaba al otro lado del valle, su resplandor iluminaba el
perfil de las rocas que coronaban la cumbre y éstas brillaban
como si fueran de diamante. Entonces Aristeo susurraba
emocionado: ¡Nada hay más bello que la aurora!
Pero un día, en medio de su éxtasis, percibió una
presencia cercana que le obligó a desviar los ojos de las rocas
iluminadas y fijarlos en el camino, por donde venía una
joven de bellas facciones y figura esbelta. Caminaba ligera
como el viento y el sol se reflejaba en los rizos dorados de
sus largos cabellos. Asombrado y sin saber muy bien lo que
decía, Aristeo, trajo a sus labios aquella exclamación tantas
veces repetida: ¡Oh, que bella eres aurora!
La joven volvió la cabeza sorprendida y le interpeló:
-¿Cómo sabe mi nombre?
-Por fuerza has de llamarte Aurora, si llegas precediendo
a los primeros rayos del sol –dijo él.
-¿Y tú quién eres?
-Yo soy Aristeo y me llaman “el guardián de las abejas”
-Encantada de conocerte.
-El placer es mío pero, no corras tanto, espérame.
-No puedo, tengo mucha prisa.
-Pues que cosa puede haber tan urgente, que no pueda
esperar un minuto.
-Tengo que preparar las cosas para mi boda. Mañana me
caso.
-No puedes hacerme eso. Me he enamorado de ti.
-Y a mí qué me importa, si ni siquiera te conozco. ¡Adiós,
abejero!
Aristeo aún intentó seguirla pero Aurora caminaba muy
deprisa.
Al día siguiente, se apostó cerca del sendero por donde
ella pasaría, camino del altar.
“Quizá la traigan en un carro arrastrado por bueyes y
adornado con ramos de flores –pensó.
Sólo quería verla vestida de novia.
La vio aparecer en medio de un reducido séquito,
probablemente sus familiares más cercanos, tal como la
había imaginado, lujosamente engalanada y perfumada.
Empujando a sus ovejas al camino, logró que se cruzaran
delante de la comitiva obligándola a detenerse y luego entró
a caballo en medio del rebaño, se volvió hacia el carro y
mirando fijamente a Aurora se dirigió a ella en estos
términos:
-¡Adónde vas, Aurora, luz de mis ojos! ¡Vas a arruinar tu
vida, desposando a un pervertido! ¡A un pederasta! ¡A un
encantador de serpientes! ¡Y a mí me arrancas el corazón
con tu desprecio!
-¡Quítate de ahí con tus ovejas! – le gritó uno de los que
la acompañaban.
Cegado por los celos, Aristeo espoleó a su caballo y se
acercó al carro con la intención de coger a Aurora de un
brazo, subirla a la grupa y huir con ella al galope.
Pero Aurora, asustada, saltó al camino y logró escapar
mientras el caballo intentaba abrirse paso entre las ovejas. La
joven se internó en el bosque, dejando jirones de su vestido
enganchados en las zarzas. Poco después desaparecía entre el
follaje y Aristeo, desistiendo de su persecución regresaba,
triste y cabizbajo, a su cabaña.
Pero aquel incidente tendría consecuencias:
Poco después de su huída, encontraron a la muchacha
desvanecida en el bosque, a causa de la mordedura de una
serpiente. Había que actuar rápido, pero el médico más
cercano vivía a muchas horas de camino. Decidieron acudir
a Aristeo por sus conocimientos de brujería, heredados de su
madre adoptiva, así como su hábil manejo de las plantas
medicinales. Aristeo estuvo tres días con sus noches,
luchando sin descanso por la vida de Aurora, aplicándole
emplastos y haciéndole beber pócimas preparadas por él
mismo.
Aurora se recuperó y, tras una semana de convalecencia,
una noche desapareció de su casa.
Pronto se supo que Aristeo también había desaparecido,
dejando abandonadas sus abejas, sus ovejas y sus árboles
frutales.