viernes, 22 de junio de 2012

Noche de San Juan


En la noche de San Juan
hay fuego en el cielo,
hay ninfas en las fuentes,
rosas en el pelo...

Esa niña que baila
junto a la hoguera,
no bailaría sola
si me quisiera.

Con su vuelo, la falda
de mi morena,
dibuja caracolas
sobre la arena

En su balcón puse un ramo
de menta y romero
y con el ramo una nota
que dice: te quiero

jueves, 14 de junio de 2012

Mi existencia











Alardeaba yo de que mi existencia
venía preñada de aventuras,
pero ya no cuela, a estas alturas, 
evocar los sueños de adolescencia,
que bien sé que no eran sino locuras.

Tengo un pie rozando la sepultura, 
los sueños de antaño ya hechos trizas, 
cultivo algún poema entre hortalizas,
que le dan su puntito de frescura,
e intento resurgir de mis cenizas.

Soñando que mi huerto es un vergel
convoco a las musas, que están en huelga;
mi choza es una torre de Babel;
envío al cielo aviones de papel 
y algún verso en la penca de una acelga.  


lunes, 11 de junio de 2012




Aristeo






La primera vez que vimos a Aristeo fue de la mano de la vieja hechicera que vivía a la salida del pueblo. Ella nos dijo que era su hijo adoptivo.
¿No tiene padres?, le preguntamos.
Sí, respondió, pero ellos no son de este mundo.  

No contestó a más preguntas. 
Cuando tuvo veinte años, Aristeo emigró al extranjero, 
pero regresó al morir la bruja para hacerse cargo de la 
herencia. Ésta consistía en una finca con árboles frutales, 
una cabaña de madera, un estanque, un rebaño de ovejas y 
una colonia de abejas. Bajo su cuidado, en pocos años, la 
finca se convirtió en un vergel y las abejas se multiplicaron 
de modo asombroso. Había colmenas por todos los rincones 
de la finca y también dentro de la cabaña, arrimadas a las 
paredes para que salieran al exterior por las rendijas de las 
tablas. Si grande fue el prestigio de Aristeo como hortelano, 
mayor fue su fama como apicultor: Cogía los panales de 
miel, llenos de abejas, con las manos desnudas y sin careta  y 
nunca le picaron. 
Una noche, tres ladrones entraron en su cabaña por una 
ventana. Aristeo saltó de su camastro y se enfrentó a ellos. 

-Sólo venimos a por dos sacos de manzanas y uno de 
uvas –dijo el cabecilla-. Quédate quieto en un rincón y no 
estorbes si no quieres que te demos una paliza. 
-Dejad esa fruta donde está –dijo Aristeo. 
Ellos no le escucharon y continuaron  llenando los sacos. 
-No volveré a repetíroslo –dijo él. 
Cuando los ladrones se disponían a salir con los sacos a 
cuestas, Aristeo se plantó en la puerta a cortarles la salida. El 
que iba delante le agarró de un brazo y le apartó 
violentamente, Aristeo tropezó con una colmena 
derribándola. Un enjambre de abejas asustadas zumbó 
amenazador en la noche alrededor del candil de los ladrones. 
Cuando estos recibieron los primeros picotazos, soltaron los 
sacos y salieron corriendo. Las abejas les persiguieron, 
clavándoles sus aguijones en la cara, en los brazos y en las 
piernas, hasta que se tiraron al suelo revolcándose y gritando 
de dolor. Aristeo se acercó, calmó a las abejas y se las llevó a 
la colmena, luego volvió y sulfató a los ladrones con un 
antídoto para aliviarles la hinchazón producida por cientos 
de picaduras. Él no tenía ni una.
  
Aristeo tenía por costumbre asomarse a la puerta de su 
cabaña para ver amanecer. Cuando el cielo estaba despejado 
y el sol estaba a punto de asomarse por detrás del monte que 
se alzaba al otro lado del valle, su resplandor iluminaba el 
perfil de las rocas que coronaban la cumbre y éstas brillaban 
como si fueran de diamante. Entonces Aristeo susurraba 
emocionado: ¡Nada hay más bello que la aurora! 
Pero un día, en medio de su éxtasis, percibió una 
presencia cercana que le obligó a desviar los ojos de las rocas 
iluminadas y fijarlos en el camino, por donde venía una 
joven de bellas facciones y figura esbelta. Caminaba ligera 
como el viento y el sol se reflejaba en los rizos dorados de 
sus largos cabellos. Asombrado y sin saber muy bien lo que 
decía, Aristeo, trajo a sus labios aquella exclamación tantas 
veces repetida: ¡Oh, que bella eres aurora! 
La joven volvió la cabeza sorprendida y le interpeló: 
-¿Cómo sabe mi nombre? 
-Por fuerza has de llamarte Aurora, si llegas precediendo 
a los primeros rayos del sol –dijo él. 
-¿Y tú quién eres? 
-Yo soy Aristeo y me llaman “el guardián de las abejas” 
-Encantada de conocerte. 
-El placer es mío pero, no corras tanto, espérame. 
-No puedo, tengo mucha prisa. 
-Pues que cosa puede haber tan urgente, que no pueda 
esperar un minuto. 
-Tengo que preparar las cosas para mi boda. Mañana me 
caso. 
-No puedes hacerme eso. Me he enamorado de ti. 
-Y a mí qué me importa, si ni siquiera te conozco. ¡Adiós, 
abejero!  
Aristeo aún intentó seguirla pero Aurora caminaba  muy 
deprisa. 
Al día siguiente, se apostó cerca del sendero por donde 
ella pasaría, camino del altar. 
“Quizá la traigan en un carro arrastrado por bueyes y 
adornado con ramos de flores –pensó.  
Sólo quería verla vestida de novia. 
La vio aparecer en medio de un reducido séquito, 
probablemente sus familiares más cercanos, tal como la 
había imaginado, lujosamente engalanada y perfumada. 
 Empujando a sus ovejas al camino, logró que se cruzaran 
delante de la comitiva obligándola a detenerse y luego entró 
a caballo en medio del rebaño, se volvió hacia el carro y 
mirando fijamente a Aurora se dirigió a ella en estos 
términos: 
-¡Adónde vas, Aurora, luz de mis ojos! ¡Vas a arruinar tu 
vida, desposando a un pervertido! ¡A un pederasta! ¡A un 
encantador de serpientes! ¡Y a mí me arrancas el corazón 
con tu desprecio! 
-¡Quítate de ahí con tus ovejas! – le gritó uno de los que 
la acompañaban. 
Cegado por los celos, Aristeo espoleó a su caballo y se 
acercó al carro con la intención de coger a Aurora de un 
brazo, subirla a la grupa y huir con ella al galope. 
Pero Aurora, asustada, saltó al camino y logró escapar 
mientras el caballo intentaba abrirse paso entre las ovejas. La  
joven se  internó en el bosque, dejando jirones  de su vestido 
enganchados en las zarzas. Poco después desaparecía entre el 
follaje y Aristeo, desistiendo de su persecución  regresaba, 
triste y cabizbajo, a su cabaña.

Pero aquel incidente tendría consecuencias: 
Poco después de su huída, encontraron a la muchacha 
desvanecida en el bosque, a causa de la mordedura de una 
serpiente. Había que actuar rápido, pero el médico más 
cercano vivía a muchas horas de camino. Decidieron  acudir 
a Aristeo por sus conocimientos de brujería, heredados de su 
madre adoptiva, así como su hábil manejo de las plantas 
medicinales. Aristeo estuvo tres días con sus noches, 
luchando sin descanso por la vida de Aurora, aplicándole 
emplastos y haciéndole beber pócimas preparadas por él 
mismo. 
Aurora se recuperó y, tras  una semana de convalecencia, 
una noche desapareció de su casa. 
Pronto se supo que Aristeo también había desaparecido, 
dejando abandonadas sus abejas, sus ovejas y sus árboles 
frutales.

viernes, 1 de junio de 2012

¿La vida es sueño?





El mundo es una peonza
en medio del universo,
al que un niño dios perverso
da vueltas por diversión.

En la gran peonza del mundo
no somos más que polillas,
da igual rojas, amarillas
o negras como el carbón.

La niñez duró un minuto.
Ya de mayor aprendí
que es la vida un frenesí
y una enorme decepción.

Que toda la vida es sueño,
afirmaba Segismundo.
¡Que pensamiento profundo!,
dijeron con emoción.

Sí a veces la vida es sueño,
 a veces es pesadilla;
que perdone la apostilla
el insigne Calderón