domingo, 30 de diciembre de 2012


El contorsionista
Cuento ganador del LXVIII concurso quincenal de Bubok Tema: La metamorfosis

Julia miró con los ojos enrojecidos de llorar, el desordenado montón que formaban todos sus enseres en medio de la pieza principal de la vieja casa. Aquella misma mañana, el banco les había echado, por no poder pagar la hipoteca, del pequeño apartamento que fue su hogar durante un año. Tres hombres habían llegado con la policía y habían sacado todas sus cosas a la calle. Su tía Isaura, al verles allí en la acera sin saber a dónde ir, les había ofrecido aquella casona que, además de estar bastante apartada del núcleo urbano, ofrecía un desagradable aspecto de abandono, tanto por fuera como en el interior.
-Hasta la pasada semana vivió en ella un tipo algo extravagante y huraño, pero limpio –les explicó la tía-. Se llamaba Aquilino y nunca llegué a saber a que se dedicaba últimamente, sólo me dijo que de joven había sido contorsionista, que durante un tiempo había trabajado en un circo y más tarde se había enrolado en un barco de pesca. De pronto desapareció y no volvimos a verle el pelo. Se fue sin pagarme cuatro meses. Seguro que andará navegando por esos mares de Dios
El primo Iván, hijo de la tía Isaura, les había hecho gratuitamente la mudanza en su sucia y destartalada furgoneta y les había ayudado a meter todo el flete en el comedor. Javier, el marido de Julia, se había ido a trabajar y ella había quedado sola en la casona contemplando las cajas de cartón que contenían su vajilla, las bolsas de la basura con su ropa, un fardo hecho con una colcha atada por las cuatro esquinas, algún pequeño electrodoméstico, un colchón y una alfombra todavía enrollada.
Ahora empezaba a oscurecer y Julia pulsó el interruptor de la luz, pero la única bombilla que colgaba del techo no se encendió y lo mismo le ocurrió con todas las luces de la casa; se asomó a la ventana y constató que las casas cercanas permanecían a oscuras. “Debe de ser una avería general,” pensó. Por suerte, Aquilino había dejado una gran provisión de velas en un cajón de la cocina; fue encendiendo y dejando una en cada habitación de la casa, luego volvió a la cocina y comprobó que había un calentador de agua que funcionaba con butano; lo encendió, entró en uno de los dos cuartos de baño, el más amplio, abrió el grifo del agua caliente y, mientras se llenaba la bañera, empezó a desnudarse. Se había quitado el vestido y los zapatos, cuando las bombillas se encendieron e iluminaron de golpe todas las habitaciones. Fue entonces cuando vio la lavadora de la ropa en una esquina del baño y a través del cristal de la puerta de carga vio que había algo extraño dentro. Se acercó y se agachó a mirar qué era; un rostro de hombre, lívido, cadavérico, aplastado contra el cristal, la miraba fijamente desde el interior con unos ojos desorbitados. Julia lanzó un grito de espanto y cayó al suelo desvanecida.
El Hado burlón, quiso que la mano que tenía apoyada en la lavadora se deslizara  unos centímetros y quedara encima de los botones del encendido y del centrifugado, manteniéndolos presionados, de modo que el tambor empezó a girar, con aquella cosa en su interior, a dos mil quinientas revoluciones.
No se sabe con exactitud cuanto tiempo estuvo Julia desmayada, pero cuando despertó, la lavadora seguía centrifugando. Al recordar lo que había visto, Julia se levantó de un salto y salió corriendo del baño. En la cocina, después de tomar una tila, empezó a hacer conjeturas: “Es un hombre, eso está claro, yo diría que es el inquilino Aquilino, el contorsionista, pero, ¿quién le metió en la lavadora? A ver: hay dos posibilidades, una que el marido de mi tía haya venido a reclamarle el alquiler, hayan discutido, a mi tío se le haya ido la mano y le haya matado y no se le ocurriera un sitio mejor para ocultar el cuerpo. La otra es que él mismo se haya metido ahí, en un esfuerzo por demostrarse a sí mismo que todavía conservaba la flexibilidad de su juventud; pero, incluso para un contorsionista, tiene que ser muy difícil acomodarse en un espacio tan reducido como es el tambor de una lavadora de ocho kilos, así que cuando quiso salir y vio que sus miembros anudados se habían bloqueado y no le obedecían, se puso nervioso, luego sufrió un ataque de pánico y se le paró el corazón”.
Cuando llegó Javier, una hora después, y Julia le contó atropelladamente lo sucedido, entró en el baño y paró la lavadora que seguía girando sin control, abrió la puerta de carga y una pelota perfectamente redonda, un poco mayor que un balón de fútbol salió por su propio impulso y rodó por el suelo hasta la bañera. Javier la cogió y se quedó mirándola asombrado, pero al darse cuenta de que aquello que tenía en sus manos era un cadáver enrollado, comprimido y compactado, lo soltó de inmediato; la pelota cayó en el agua de la bañera y empezó a desenrollarse despacio.
Aquilino había perdido en parte la forma de un cuerpo humano: había quedado reducido a apenas ochenta centímetros de largo, tenía una cabeza desmesurada, con cuatro pelos que ondeaban en el agua, tenía el cuerpo aplastado como una tabla y las piernas enroscadas una con otra. Se hundió despacio en la bañera y, al sumergirse, proyectó una columna de burbujas que reventaban, silenciosas, en la superficie. A la vista de semejante horror, Javier perdió de golpe toda su entereza, se le revolvió el estómago y vomitó en el agua, encima del contorsionista; seguidamente, abandonó el baño a toda prisa, cerró la puerta y la precintó clavándole un par de tablas cruzadas.
-No estaremos mucho tiempo aquí –le dijo a Julia para tranquilizarla-, y mientras, podemos arreglarnos con el otro cuarto de baño, aunque sea un poco más pequeño e incómodo.
-Sí, pero esas tablas que clavaste en la puerta no hacen más que recordármelo.
-Eso puede evitarse si colgamos unas cortinas que las oculten. 
Así lo hicieron, pero ocurrió que, una semana después, en el baño precintado empezaron a oírse ruidos cada vez más fuertes y más insistentes. Javier se armó de valor, desclavó la puerta y la abrió con cuidado. Aquilino seguía en la bañera, pero su cuerpo había sufrido una nueva metamorfosis: en el lugar de los brazos tenía ahora dos aletas, no tenía cuello, su piel se había oscurecido y su boca era enorme; en conjunto ofrecía un aspecto horripilante. Se estaba transformando en un  pez, pero no en uno cualquiera, sino en un pez muy feo: el Lophius Budegasa, más conocido vulgarmente como: Rape.
Javier se forzó a no apartar la vista de él, vio que movía débilmente la cola y se dio cuenta enseguida, de que se estaba muriendo de inanición. Con el mango de la escoba levantó el tapón de la bañera para que saliera el agua y el pez comenzó a boquear; consiguió meterlo en un saco de lona y lo llevó en el coche hasta la orilla del mar. Una vez allí lo soltó desde el acantilado; lo vio zambullirse en el agua y a continuación alejarse a lomos de una ola y le gritó:
-¡Adiós, Kilo, amigo, pescador reconvertido en pez! ¡Cuidate de tus antiguos colegas, que no te atrapen en la red!




viernes, 28 de diciembre de 2012

Veintiocho de diciembre


(Un soneto para los santos inocentes).

Una gran turbulencia se aproxima,
predicen algunos con insistencia;
yo, que soy doctor en turbulencias
y apuntalo con poemas mi autoestima,

tomo mis precauciones contra el viento:
nunca abro dos ventana a la vez
y abotono el abrigo hasta la nuez
si tengo que salir de mi convento.

El día de inocentes, por la acera,
no conviene meterte en un pitote,
un jaleo, barullo o pelotera.

Si no vas con un ojo en el cogote,
es fácil que te roben la cartera
y te cuelguen encima un monigote.

miércoles, 19 de diciembre de 2012


Ramiro el Lobo

II
Desde que Don Pedro le había despedido, después de trabajar para él como un animal de carga durante quince años, Ramiro no había vuelto a ver a Pepita. Aquella noche, empezó a escuchar dentro de su cabeza voces que le decían: ¡Secuéstrala! ¿A que esperas?
Era noche de luna llena. Los parroquianos en el bar se asomaban a la puerta a ver si oían aullar a Ramiro el Lobo, pero éste estaba ocupado ensillando su caballo, desempolvando su rifle de caza, el cuchillo de monte, un hacha, unas esposas como las que usa la policía y, finalmente, una escalera de mano que sujetó como pudo a la montura.
-Creo que lo tengo todo –dijo en voz alta, mientras se ajustaba a la cintura la canana repleta de balas.
Al trote de su caballo, observado desde el cielo por una luna redonda y brillante como de plata, se dirigió a la hacienda de don Pedro como una sombra en la noche. La luna le guió, haciéndole llegar de vez en cuando su pálida luz por entre los árboles para que no equivocara el camino.
Cuando llegó a la entrada de la finca se apeó del caballo y desató la escalera. Los hierros de la verja que rodeaba la finca eran como lanzas de dos metros y medio de altura. Estaba amarrando el caballo a un árbol próximo a la entrada, cuando un dóberman surgió de la oscuridad dentro del jardín y le enseñó los colmillos a través de las rejas, luego, al reconocer al antiguo empleado de la casa, el perro se limitó a gruñir sin mucha convicción. Ramiro le encañonó con el rifle y le metió dos balazos en la cabeza; a continuación arrimó la escalera a la verja. Alertado por los disparos, apareció en la puerta don Pedro apuntando a la noche con su Winchester. Tronó de nuevo el rifle de Ramiro y el hacendado recibió un impacto en el pecho, soltó el arma y cayó despacio, hasta quedar de rodillas; un nuevo disparo le lanzó de espaldas dejándole tendido en una postura grotesca. Pepita, que llegó a la puerta corriendo, lanzó un gritó y se arrojó sobre el cadáver de su padre, sacudiéndole por los hombros y llamándole entre sollozos. La luna se ocultó detrás de una nube, dejando en tinieblas el escenario de la tragedia. Ramiro, sin perder en ningún momento su sangre fría, colgó el rifle en bandolera y subió por la escalera, una vez arriba, sosteniéndose en precario equilibrio entre las afiladas puntas de los hierros de la verja, alzó la escalera y la pasó al otro lado, descendiendo por ella al jardín, mientras Pepita huía presa del terror. En la puerta, Ramiro se encontró con la madre de Pepita, que venía gritando, en camisón y con el pelo alborotado. Sin dudar, descolgó el rifle y le disparó dos veces, dejándola tendida cerca del cadáver de su marido. Mientras Pepita se refugió en su habitación e intentó arrastrar la cama para atravesarla delante de la puerta; empeño inútil, pues Ramiro ya se abría camino a hachazos, haciendo astillas la hoja de madera. Arrinconándola entre la cama y el tocador, le sujetó las manos a la espalda e intentó ponerle las esposas. No tuvo problemas con la primera manilla, pero cuando iba a cerrarle la segunda en la otra muñeca, Pepita le dio un pisotón, logró que le soltara una mano, se volvió empuñando la lámpara de la mesita, que era de cerámica, y la estrelló contra su cabeza. Ramiro gritó de dolor y la soltó. Pepita corrió, pasando por encima de los cadáveres de sus padres que yacían en medio de un gran charco de sangre; cruzó el jardín, abrió  el portón de hierro, salió y lo cerró tras ella con dos vueltas de llave. Ya se creía libre cuando su carrera se vio de golpe frenada: se le había enganchado en los hierros la manilla de las esposas que le colgaba de la muñeca. Ramiro, la cazó al vuelo y la cerró sobre un barrote, esposándola a la verja.
-Creías que te ibas a escapar, ¿eh? ¡¡Ja,ja,ja,ja!!
La risa de Ramiro sonaba lúgubre en medio de la noche. Era la risa de un perturbado.
Ahora estaban separados por la verja y el portón cerrado con llave. Pero no importaba, Ramiro no paraba de reír: allí estaba la escalera esperándole, sólo tenía que salir del mismo modo que había entrado. Ella no podía escapar. Subió despacio y se acomodó arriba, con cuidado de no herirse en los remates afilados de los hierros. Alzó la escalera y la pasó al exterior. La luna salió de detrás de la nube y le iluminó, Ramiro, haciendo equilibrio en lo alto de la verja, miró a la luna e inició uno de sus aullidos lobunos. Tenía un pie entre los barrotes y el otro en el último peldaño de la escalera. Y de pronto, Pepita dio una violenta sacudida a la verja, aquel remedo de aullido se  interrumpió de golpe y se transformó en un grito espeluznante que rebotó por todo el valle. Pepita alzó la vista y le vio tumbado boca abajo sobre los hierros, mirándola con ojos desorbitados. Dos lanzas puntiagudas se hundían en su pecho y la verja se iba tiñendo de rojo con su sangre. La luna corría a ocultarse  detrás de la nube, o quizá era la nube la que corría, y Pepita, encadenada al portón, ocultó la cara entre las manos temblando horrorizada.
Así fue como los encontró Eduardo, cuando llegó silenciosamente en su coche, con las luces apagadas para evitar los ladridos del perro. Él mismo me lo contó muchos años después al calor de la chimenea, mientras Pepita nos servía unos vasos de vino.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Ramiro el Lobo

Amigo/a visitante: Bien están los microrelatos y la poesía, pero a veces intentar un pequeño cambio de estilo puede resultar tan refrescante como cambiar de paisaje. Por eso hoy quiero ofrecerte la primera parte de un relato de "terror" Relato que tendrá su continuación mañana o pasado.


Ramiro el Lobo
I
Ramiro C. J. alias El Lobo, nunca había sido un chico pendenciero hasta que se enamoró de Pepita, la hija de don Pedro, su patrón. Es cierto que a veces, en las noches de luna llena, se asomaba a la ventana y aullaba como un lobo y que, a veces, los perros le respondían desde distintos rincones del pueblo y que esta murga a la una de la mañana resultaba un poco  molesta, pero nunca llegaba a ser insoportable. Los vecinos le tomaban a chirigota. Pero una tarde, en el bar, se enteró de que Eduardo, un joven poeta que recitaba poemas subversivos en la Casa del Pueblo, se veía con Pepita a escondidas de don Pedro. Ramiro montó en cólera y, después de una breve pero violenta discusión con Eduardo, profirió un aullido terrible y de un mordisco le arrancó una oreja al poeta.
La noticia del mordisco se extendió como la pólvora por toda la comarca y llegó a oídos de don Pedro.
Don Pedro era un rico ganadero y su hacienda la mayor y mejor situada del pueblo. La mansión que se había hecho construir en su finca semejaba un castillo inexpugnable. Era de todo punto impensable que aceptara a ninguno de los dos rivales como pretendientes de su hija. A Ramiro le despidió en el acto, sin pagarle el último mes de trabajo; respecto al poeta desorejado, el hacendado amenazó a su hija con meterla en un convento si volvía a hablar con él. Para más seguridad, sólo le permitía salir del castillo acompañada de su madre o de él mismo. Pero ni las amenazas ni la privación de libertad lograron que la joven le obedeciera. Luchar contra el amor con el despotismo como arma principal, es como amenazar a la luna con un tirachinas.
Una tarde, pasaba Eduardo por delante del escaparate de un comercio cuando oyó un susurro a su espalda:
-¡Eduar!
Se volvió y  vio a Pepita que se acercaba diciendo:
-Déjame ver que te hizo Ramiro, ese animal, –él apartó el pelo, dejándole ver el vendaje que tapaba el lugar donde antes tenía la oreja y ella exclamó compungida-: ¡Oh!, ¿cómo puede haber en el mundo seres tan salvajes? –Luego, tras una pausa muy breve, continuó-: Mi madre se está probando un vestido ahí dentro y en cuanto salga del probador y note mi ausencia saldrá a buscarme; ¡pero tenía tantas ganas de verte!
-Yo también tenía muchas ganas de verte. Te esperé muchas veces en nuestro escondite del bosque…
-Espérame allí esta noche a las once. Tan pronto esté segura de que mi madre se ha dormido me reuniré contigo.
-¿Y tu padre?
-Mi padre está de viaje. –Pepita no pudo disimular su tristeza al añadir-: Tengo que irme ya.
-Sí, vete, no quiero que te riñan por mi culpa.
-Adiós, mi amor. Hasta la noche.
Caminando con la cabeza inclinada, Pepita entró de nuevo en el comercio y desde allí le miró a través de la luna del escaparate.
La últimas horas de la tarde se le hicieron eternas a Eduardo pero, poco a poco, la noche fue llegando y, por fin, a las once y media, Pepita salió de su casa y se acercó al coche, que esperaba a cincuenta metros de la entrada, oculto entre los árboles del bosque con las luces apagadas. Al verla llegar, Eduardo le abrió la puerta y exclamó en voz baja:
-Buenas noches, mi vida; pensé que ya no vendrías.
-Siento haberte hecho esperar. Hoy, mi madre tardó mucho en dormirse. Le llevé una copita de anís y hasta un poema le leí, de Rubén Darío.
-Deberías haberle leído uno mío.
-Quería dormirla, no excitar su fantasía.
Pepita se estremeció y Eduardo la estrechó en sus brazos.
-Pero sí estás temblando, mi amor –exclamó.
-Está la noche algo fresquita.
-Apriétate bien a mí que yo te daré calor.
 Se abrazaron, se desnudaron en medio de la oscuridad, se taparon con una manta y se amaron como la primera vez, conscientes de que su relación tenía un futuro tan incierto que, aquél, bien podría ser su último encuentro.
Luego, Pepita hizo dos cosas: consultó su reloj y miró al cielo a través de la ventanilla. El reloj indicaba las tres, la luna estaba en cuarto creciente.
-Cariño, tengo que irme.
-¿Ya quieres abandonarme?
-Ojalá no tuviera que hacerlo, pero ya bastante he tentando a la suerte.
-Yo vendré aquí a diario y en el agujero del roble te dejaré mis cartas y mis poemas. Si puedes venir de vez en cuando y dejarme una respuesta, ése será nuestro sistema de comunicación y tal vez así logremos concertar otro encuentro.

Ramiro, había jurado en el bar que mataría a Don Pedro y secuestraría a Pepita. Nadie le hizo caso excepto la dueña que, enamorada de Eduardo, veía en el Lobo a un posible aliado.
Un mes después del incidente de la oreja, estando solos la dueña del bar y él, ella le informó de las últimas noticias:
-Pepita y Eduardo han estado viéndose en secreto y un amigo del poeta me ha dicho que mañana se encontrarán los dos muy temprano en la estación del tren para viajar, con nombres falsos, a algún lugar remoto donde nadie pueda encontrarles.
-¿En el tren? ¡Pero si Eduardo tiene coche!
-Si viajaran en el coche de él los encontrarían enseguida, cabeza hueca.
-¡Eh, eh, sin faltar! ¿Quién te ha contado todo eso?
-Se dice el pecado pero no el pecador.
-¡Mataré a Eduardo, a ese hijo de puta!
Ramiro se había puesto rojo de ira. Bebió la cerveza de un trago y salió precipitadamente del bar.
“Ha llegado el momento,” se dijo a sí mismo “Esta noche voy a raptarla, aunque para ello tenga que matar a su padre, al poeta y a todo el que se cruce en mi camino.”

Continuará.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Enamorado de sus ojos.

Madre, unos ojuelos vi,
verdes, alegres y bellos:
¡Ay, que me muero por ellos
y ellos se burlan de mí!

Lope de Vega, (en la Dorotea)

El criado y la mula


Relato ganador del LII concurso de microrelatos de bubok.

-Cuando no estén atentos –dijo el criado a la mula-, echa a correr hacia las peñas; yo te seguiré.
-¿Y ellos? –dijo la mula.
-Sin nosotros nunca acertarán a salir de aquí.
-¿Y nosotros?
-Sin ellos seremos libres como el viento, nadie volverá a esclavizarnos nunca más.
Huyeron, abandonando a sus amos en medio de las inhóspitas montañas. Nada más despistarlos, el criado montó en la mula y la arreó con el látigo.
-¡Oye, oye, sólo mis amos utilizan el látigo conmigo! –protestó ella.
-Ahora soy yo tu amo –replicó el criado.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Nada es eterno


 Microrelato escrito para bubok, con el comienzo obligatorio: "Los años no pasaban para él"

 Los años no pasaban para él, o quizá sí, pero los vecinos más viejos decían que siempre lo habían visto tan altivo y majestuoso. Se alzaba junto a la iglesia, en lo más alto del pueblo y era más alto que el campanario. Bajo el techo de su ramaje, habían pasado los féretros de todos los parroquianos fallecidos en los últimos doscientos años,  a su sombra tuvieron lugar innumerables encuentros amorosos y aún lucía algún "te quiero"  grabado en su corteza. Por ello, el roble, se creía poderoso, pero un día, un rayo hendió su tronco a la mitad y lo dejó herido de muerte.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Ella quiso volar


Amor y fidelidad,
ese era nuestro contrato.
Lo rompió en un arrebato
y me pidió libertad.
En vano busqué en el cielo
de sus ojos, el fulgor
de una mirada de amor;
lo que vi fue el desconsuelo
de un pajarillo enjaulado.
La dejé ir sin reproche;
desde entonces, cada noche
sueño que vuelve a mi lado.

La sombra que me acecha




Sombra que me asombras, cuando te nombro
la noche conviertes en pesadilla,
siento tu frío aliento en mi mejilla
y tus dedos descarnados en mi hombro.

Por las noches, con la luz apagada,
me acechas desde todas las esquinas,
o sales de detrás de las cortinas
entre todas las sombras camuflada.

Sé que estás esperando a que me muera,
mas, no has de ver tan pronto mi partida:
no me gusta viajar en primavera.

¡Dejen todas las luces encendidas!
¡Saquen todas las sombras a la acera,
que tengo que vivir aún muchas vidas! 

martes, 13 de noviembre de 2012

Microrelato escrito para bubok, con la frase de inicio obligatoria: Sobre aquellas estacas de madera



El convite

Sobre aquellas estacas de madera clavadas alrededor del fuego, vi asándose las piernas y costillares de mis desventurados hijos. Aquel que cariñosamente les alimentaba y protegía, ya se ve con qué intención, les dio muerte esta mañana, los desolló y descuartizó y ahora los está devorando en alegre compañía de un grupo de monstruos de dos patas como él. ¡Pobres corderitos, hijos míos!

viernes, 9 de noviembre de 2012

A una geisha ( haykus)


Me gusta el sake,
los cerezos floridos,
la flor del loto.

Tu cara de ángel
y tus ojos rasgados
que me sonríen.

Tú y yo, un poema
y un vasito de vino
para brindar,

Es cuanto pido
y bajo tu sombrilla
me iré contigo.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Otra de mis aportaciones al concurso de poesía de bubok


Marinero de agua dulce

Me piden que te haga un poema
y no sé que decirte, mar,
excepto que eres inmensa
y este menda no piensa
tus verdes aguas surcar.
Me da miedo tu inquietud,
ese latido furioso,
ese empeño en abrazarme
con tus olas y arrastrarme
a tu mundo tenebroso.
No prestaré mis oídos
a los cantos de sirena;
no pasaré de la orilla.
Con el agua a la rodilla
y bien anclado en la arena,
escrutaré desde la playa
el agua de la bahía
hasta su último confín;
si no veo ningún delfín
mañana será otro día.

lunes, 29 de octubre de 2012

Microrelato escrito para bubok.


Pequeñas y saltarinas

No supieron como matarlas, intentaban aplastarlas a manotazos, pero eran tan pequeñas y daban unos saltos tan rápidos e impresionantes, que nunca lograron atraparlas. Todos los que sufrían sus dolorosos e insistentes mordiscos, se volvieron irascibles, se les agrió el carácter, y los demás se apartaban de ellos diciendo: “A esos no les provoquéis que tienen muy malas pulgas.”

martes, 16 de octubre de 2012

Prefiero el otoño

Primavera es casquivana
y aquel que con ella queda.
Espérame en la alameda,
amor de fin de semana.

En verano la apatía
nos adormece entre arrullos
y marchita los capullos
el calor del mediodía.

El otoño es reflexión,
madurez, sabiduría,
en otoño la poesía
nos remueve el corazón.

¿Qué llueve tras la ventana
de doble acristalamiento?
No reniegues del momento;
quizá salga el sol mañana.

Disfruta de esta estación
y muestra tu lado tierno,
que luego en el crudo invierno
se hiela la inspiración.

domingo, 14 de octubre de 2012




Versos bajo la lluvia

Dime lluvia, ¿quién te guía?
riegas el campo sediento,
y el campesino contento
ve el final de la sequía.
Lo malo es cuando te pasas
y no llueves que diluvias,
lo malo es cuando las lluvias,
inundan huertos y casas.
Yo vi el gesto abatido
e impotente de un abuelo;
que le preguntaba al cielo:
“¿Qué delito he cometido?”

martes, 2 de octubre de 2012


 Fijaros que cara pone Luis de Guindos, cuando le preguntan cómo ve el futuro de este país.

lunes, 1 de octubre de 2012
















Cansada

Harta estoy de esta vida sin sentido,
cansada de este mundo de pendejos,
de esa vieja que vive en los espejos
y del duende que siempre está dormido.

Cansada de vivir con un fantasma
que va y viene, cual Pedro por su casa;
cansada de mirarle cuando pasa
le pregunto quién es, cómo se llama:

Mi querido fantasma, tu osadía
va un poco más allá de lo admitido
por mi hospitalidad y cortesía;

dime ya quién eres y a qué has venido.
Cien veces te lo dije, esposa mía;
yo, mi amor, vivo aquí; soy tu marido.
                                                      

martes, 18 de septiembre de 2012

Al tomate. (Declaración de amor)

¡Oh, tomate, que has nacido
en mi humilde invernadero;
yo te quiero!

Te quiero igual concentrado,
natural o en salsa rosa,
y la lechuga, ¡qué  hermosa
cuando se exhibe a tu lado!

De los Mayas, un manjar
fuiste, sin duda exquisito.
No amarte sería un delito
difícil de perdonar.

domingo, 26 de agosto de 2012

Mira como llora Guillermo Collarte  porque los 5000 euros netos que gana al mes no le alcanzan. ¿Por qué no hacemos una colecta para ayudarle, hasta que cobre la paga doble de Navidad? Es paisano mío; por favor, vamos a echarle una mano.

viernes, 24 de agosto de 2012


La jungla

Estamos perdiendo el norte
en esta jungla maldita,
la brújula se ha vuelto loca,
que hay un imán  que la excita.
Los cuervos nos sobrevuelan
y taladran los oídos,
nos torturan sin descanso
con sus feroces graznidos
El guía fue secuestrado
por la reina de la selva
y un encantador de serpientes
y no esperamos que vuelva.
Se oye rechinar de dientes
y el centinela asegura
que hay un gran depredador
acechando en la espesura.
El dinosaurio no ha muerto,
ni es hoy menos agresivo,
solamente cambió el rabo
por el look de ejecutivo.
No comerá a los ancianos;
no quiere carne de viejo,
que es escasa, está dura
y es casi toda pellejo.
Atacará a adolescentes;
los pillará distraídos
con la puta maquinita
que les sorbe los sentidos.
¡Apaguen la "play", muchachos!
¡Tengan a mano el machete!
No se metan en el fango
que hay pirañas y serpientes.
Hay que mantenerse unidos
para seguir avanzando,
que el dinosaurio está vivo
y piensa morir matando.

martes, 21 de agosto de 2012

Me da reparo exponer en mi blog la carita de felicidad de Arias Cañete y la de Luis de Guindos. ¿Por qué a esos dos solamente, cuando hay más de cinco mil chupópteros como ellos en el panorama nacional? Pero me jode que se rían con la que está cayendo.
Se le ve muy satisfecho con la compra de su "pisito".
A él no le afectan los recortes.

jueves, 16 de agosto de 2012

Viejo cantante andaluz le canta a Arias Cañete con motivo de los incendios

No me gusta que a los toros
te vayas con tu señora,
te vayas con tu señora,
no me gusta que a los toros
te vayas con tu señora,
dejando el país en llamas
sin saber quién las atiza,
sin saber quien las atiza,
y nuestros bosques cubiertos
con un manto de ceniza.
Media España se ha quemado,
Don Miguel Arias Cañete,
ministro de medio ambiente,
media España se ha quemado
y tres hombres a las llamas
su vida le han entregado.

martes, 14 de agosto de 2012

Raitann, buscando un verso perdido

Era un verso muy brillante,
era genial, bien medido,
elegante y divertido,
y lo perdí en un instante.
Y ahora mi gran poema
anda cojo, ¡qué dolor!,
porque el verso desertor
está huyendo de la quema.



jueves, 12 de julio de 2012

El mendigo

De la higuera de mi huerto,
con sus brazos retorcidos,
hacen burla mis amigos,
mas, nos da sombra en verano
y en otoño nos da higos.

Por probarlos, un mendigo
a la higuera se subió,
mas luego que se sació,
quiso bajar y no pudo
y allí la noche pasó.

En justa compensación,
a la mañana siguiente,
yo compartí su aguardiente
en su caja de cartón,
junto al río, bajo el puente.

jueves, 5 de julio de 2012

Quédese con él, señora


¡Ay, si mi hijo es una joya!,
dice su madre querida,
la muy bruja,
alcahueta encubridora.
¡Pues quédese con el señora,
guárdelo en su joyero!

¡Con lo listo que es y buen mozo!,
dice la vieja pendeja!
En mala hora
me crucé yo en el camino
de semejante cretino,
embaucador y fulero.

Pasa la noche de juerga,
derrocha la paga entera
y cuando vuelve a casa,
con los vapores del vino,
reniega de su destino
y maldice al tabernero.

viernes, 22 de junio de 2012

Noche de San Juan


En la noche de San Juan
hay fuego en el cielo,
hay ninfas en las fuentes,
rosas en el pelo...

Esa niña que baila
junto a la hoguera,
no bailaría sola
si me quisiera.

Con su vuelo, la falda
de mi morena,
dibuja caracolas
sobre la arena

En su balcón puse un ramo
de menta y romero
y con el ramo una nota
que dice: te quiero

jueves, 14 de junio de 2012

Mi existencia











Alardeaba yo de que mi existencia
venía preñada de aventuras,
pero ya no cuela, a estas alturas, 
evocar los sueños de adolescencia,
que bien sé que no eran sino locuras.

Tengo un pie rozando la sepultura, 
los sueños de antaño ya hechos trizas, 
cultivo algún poema entre hortalizas,
que le dan su puntito de frescura,
e intento resurgir de mis cenizas.

Soñando que mi huerto es un vergel
convoco a las musas, que están en huelga;
mi choza es una torre de Babel;
envío al cielo aviones de papel 
y algún verso en la penca de una acelga.  


lunes, 11 de junio de 2012




Aristeo






La primera vez que vimos a Aristeo fue de la mano de la vieja hechicera que vivía a la salida del pueblo. Ella nos dijo que era su hijo adoptivo.
¿No tiene padres?, le preguntamos.
Sí, respondió, pero ellos no son de este mundo.  

No contestó a más preguntas. 
Cuando tuvo veinte años, Aristeo emigró al extranjero, 
pero regresó al morir la bruja para hacerse cargo de la 
herencia. Ésta consistía en una finca con árboles frutales, 
una cabaña de madera, un estanque, un rebaño de ovejas y 
una colonia de abejas. Bajo su cuidado, en pocos años, la 
finca se convirtió en un vergel y las abejas se multiplicaron 
de modo asombroso. Había colmenas por todos los rincones 
de la finca y también dentro de la cabaña, arrimadas a las 
paredes para que salieran al exterior por las rendijas de las 
tablas. Si grande fue el prestigio de Aristeo como hortelano, 
mayor fue su fama como apicultor: Cogía los panales de 
miel, llenos de abejas, con las manos desnudas y sin careta  y 
nunca le picaron. 
Una noche, tres ladrones entraron en su cabaña por una 
ventana. Aristeo saltó de su camastro y se enfrentó a ellos. 

-Sólo venimos a por dos sacos de manzanas y uno de 
uvas –dijo el cabecilla-. Quédate quieto en un rincón y no 
estorbes si no quieres que te demos una paliza. 
-Dejad esa fruta donde está –dijo Aristeo. 
Ellos no le escucharon y continuaron  llenando los sacos. 
-No volveré a repetíroslo –dijo él. 
Cuando los ladrones se disponían a salir con los sacos a 
cuestas, Aristeo se plantó en la puerta a cortarles la salida. El 
que iba delante le agarró de un brazo y le apartó 
violentamente, Aristeo tropezó con una colmena 
derribándola. Un enjambre de abejas asustadas zumbó 
amenazador en la noche alrededor del candil de los ladrones. 
Cuando estos recibieron los primeros picotazos, soltaron los 
sacos y salieron corriendo. Las abejas les persiguieron, 
clavándoles sus aguijones en la cara, en los brazos y en las 
piernas, hasta que se tiraron al suelo revolcándose y gritando 
de dolor. Aristeo se acercó, calmó a las abejas y se las llevó a 
la colmena, luego volvió y sulfató a los ladrones con un 
antídoto para aliviarles la hinchazón producida por cientos 
de picaduras. Él no tenía ni una.
  
Aristeo tenía por costumbre asomarse a la puerta de su 
cabaña para ver amanecer. Cuando el cielo estaba despejado 
y el sol estaba a punto de asomarse por detrás del monte que 
se alzaba al otro lado del valle, su resplandor iluminaba el 
perfil de las rocas que coronaban la cumbre y éstas brillaban 
como si fueran de diamante. Entonces Aristeo susurraba 
emocionado: ¡Nada hay más bello que la aurora! 
Pero un día, en medio de su éxtasis, percibió una 
presencia cercana que le obligó a desviar los ojos de las rocas 
iluminadas y fijarlos en el camino, por donde venía una 
joven de bellas facciones y figura esbelta. Caminaba ligera 
como el viento y el sol se reflejaba en los rizos dorados de 
sus largos cabellos. Asombrado y sin saber muy bien lo que 
decía, Aristeo, trajo a sus labios aquella exclamación tantas 
veces repetida: ¡Oh, que bella eres aurora! 
La joven volvió la cabeza sorprendida y le interpeló: 
-¿Cómo sabe mi nombre? 
-Por fuerza has de llamarte Aurora, si llegas precediendo 
a los primeros rayos del sol –dijo él. 
-¿Y tú quién eres? 
-Yo soy Aristeo y me llaman “el guardián de las abejas” 
-Encantada de conocerte. 
-El placer es mío pero, no corras tanto, espérame. 
-No puedo, tengo mucha prisa. 
-Pues que cosa puede haber tan urgente, que no pueda 
esperar un minuto. 
-Tengo que preparar las cosas para mi boda. Mañana me 
caso. 
-No puedes hacerme eso. Me he enamorado de ti. 
-Y a mí qué me importa, si ni siquiera te conozco. ¡Adiós, 
abejero!  
Aristeo aún intentó seguirla pero Aurora caminaba  muy 
deprisa. 
Al día siguiente, se apostó cerca del sendero por donde 
ella pasaría, camino del altar. 
“Quizá la traigan en un carro arrastrado por bueyes y 
adornado con ramos de flores –pensó.  
Sólo quería verla vestida de novia. 
La vio aparecer en medio de un reducido séquito, 
probablemente sus familiares más cercanos, tal como la 
había imaginado, lujosamente engalanada y perfumada. 
 Empujando a sus ovejas al camino, logró que se cruzaran 
delante de la comitiva obligándola a detenerse y luego entró 
a caballo en medio del rebaño, se volvió hacia el carro y 
mirando fijamente a Aurora se dirigió a ella en estos 
términos: 
-¡Adónde vas, Aurora, luz de mis ojos! ¡Vas a arruinar tu 
vida, desposando a un pervertido! ¡A un pederasta! ¡A un 
encantador de serpientes! ¡Y a mí me arrancas el corazón 
con tu desprecio! 
-¡Quítate de ahí con tus ovejas! – le gritó uno de los que 
la acompañaban. 
Cegado por los celos, Aristeo espoleó a su caballo y se 
acercó al carro con la intención de coger a Aurora de un 
brazo, subirla a la grupa y huir con ella al galope. 
Pero Aurora, asustada, saltó al camino y logró escapar 
mientras el caballo intentaba abrirse paso entre las ovejas. La  
joven se  internó en el bosque, dejando jirones  de su vestido 
enganchados en las zarzas. Poco después desaparecía entre el 
follaje y Aristeo, desistiendo de su persecución  regresaba, 
triste y cabizbajo, a su cabaña.

Pero aquel incidente tendría consecuencias: 
Poco después de su huída, encontraron a la muchacha 
desvanecida en el bosque, a causa de la mordedura de una 
serpiente. Había que actuar rápido, pero el médico más 
cercano vivía a muchas horas de camino. Decidieron  acudir 
a Aristeo por sus conocimientos de brujería, heredados de su 
madre adoptiva, así como su hábil manejo de las plantas 
medicinales. Aristeo estuvo tres días con sus noches, 
luchando sin descanso por la vida de Aurora, aplicándole 
emplastos y haciéndole beber pócimas preparadas por él 
mismo. 
Aurora se recuperó y, tras  una semana de convalecencia, 
una noche desapareció de su casa. 
Pronto se supo que Aristeo también había desaparecido, 
dejando abandonadas sus abejas, sus ovejas y sus árboles 
frutales.

viernes, 1 de junio de 2012

¿La vida es sueño?





El mundo es una peonza
en medio del universo,
al que un niño dios perverso
da vueltas por diversión.

En la gran peonza del mundo
no somos más que polillas,
da igual rojas, amarillas
o negras como el carbón.

La niñez duró un minuto.
Ya de mayor aprendí
que es la vida un frenesí
y una enorme decepción.

Que toda la vida es sueño,
afirmaba Segismundo.
¡Que pensamiento profundo!,
dijeron con emoción.

Sí a veces la vida es sueño,
 a veces es pesadilla;
que perdone la apostilla
el insigne Calderón

martes, 29 de mayo de 2012

El teatro


    ¡Señor! Sí, sí, usted, que está aplaudiendo,
aquiete ya sus manos y despierte.
¿Acaso esta parodia le divierte,
o es por disimular que está durmiendo?

Los payasos no animan la función
y en vez de darnos risa nos dan pena,
tocan una guitarra que no suena,
la cupletista olvidó su canción,

Y en lugar de conejos o palomas  
como prometía en cartelera, 
lo que saca el mago de su chistera,
son recortes, decretos y otras bromas.

Crece el descontento en la platea,
¡devuélvanme el dinero que he pagado! 
le grita al escenario un indignado
y en su entorno la gente le corea.

Alguien lanza por el aire una silla,
un payaso saluda, desolado,
y nos dice que el dinero ha volado,
que el míster se piró con la taquilla.

sábado, 26 de mayo de 2012

El fantasma

El fantasma


SAINETE EN UN SOLO ACTO

Personajes:
Fina (mujer de unos cuarenta años)
Cándido (marido de Fina, cuarenta y cinco años)
Raúl (vecino de ambos, unos treinta cinco años)


La escena está dividida en tres estancias, abiertas frente al espectador: El hall, la cocina y el salón. En la pared del salón hay un reloj que indica que son las seis de la mañana. En el salón hay un mueble bar una mesa de comedor y seis sillas, un sofá, dos sillones, una mesita baja y, en una esquina, una mesa camilla vestida con un faldón largo.

 Fina y Cándido están de pie en el hall, ella se acerca, le da un beso de despedida y le dice: hasta luego cariño. Cándido está vestido de traje y corbata y Fina está en zapatillas y bata y el pelo despeinado como quien acaba de levantarse de la cama. El hombre abre la puerta que da a la escalera, sale y cierra tras de sí. Fina desaparece a toda prisa por otra puerta y regresa un minuto después con el pelo recogido y ataviada con un “picardías” rojo que insinúa más que oculta, se acerca a la puerta por la que salió su marido, la abre un poco y la deja arrimada sin encajar el cierre, luego empieza a pasear, como presa de una súbita inquietud, entre el hall y el salón, mientras se oyen las notas de una vieja canción y la voz lejana de Sara Montiel que canta: Ven y ven y ven, chiquillo vente conmigo. La puerta se abre despacio y entra Raúl, cauteloso, con sigilo. Fina y Raúl se abrazan, comienzan a besarse, van hacia el sofá del salón y por el camino, entre beso y beso, se van desnudando. Se tumban en el sofá y, de pronto suena el timbre de la puerta, tres timbrazos seguidos.
FINA. ¡Es mi marido que ha olvidado algo! ¡Escóndete! ¡En la terraza no, que ahí te ve! ¡Aquí en la despensa!
     Raúl corre de un lado a otro, descalzo, en calzoncillos y recogiendo la ropa del suelo, Fina le empuja a la despensa, le cierra y va corriendo a abrirle la puerta a su marido, que no ha parado de tocar el timbre.
CÁNDIDO. ¿Donde andas?
FINA. ¿Qué has olvidado esta vez?
CÁNDIDO. La carpeta roja, ¿la has visto? (Cándido da unos pasos hacia el salón y tropieza con una de las zapatillas de Raúl. Fina, con disimulo, le da una patada a la otra zapatilla y la hace desaparecer bajo el sofá).
CÁNDIDO. ¿Qué coño hay tirado por el suelo? (coge la zapatilla, la mira y luego mira a su mujer y pregunta), ¿Y esta zapatilla?
FINA. La habrá traído el gato.
CÁNDIDO. ¡Fina!
FINA. ¿Qué?
CÁNDIDO. ¡No tenemos gato!
FINA. Me refiero al gato de Raúl, que no hace más que metérsenos en casa.
CÁNDIDO. ¿El gato de Raúl? ¿Y por dónde entra?
FINA. Entra por la terraza y a veces trae cosas. (Se oye un golpe en la despensa, como si se hubiera caído algo de un estante).
CÁNDIDO. ¡Está en la despensa!
FINA. (asustada), ¿Qué dices?
CÁNDIDO. Digo que el gato de Raúl está aquí. (De dos zancadas, se planta ante la puerta de la despensa y ya tiene la mano en el pomo, cuando Fina lanza un grito y se deja caer al suelo. Cándido se vuelve a ver qué le pasa)
FINA. ¡Ay! ¡Ay, qué dolores!
CÁNDIDO. ¿Se puede saber qué te ha pasado?
FINA. Creo que me hice un esguince en este tobillo.
    Cándido la levanta y la sienta en el sofá. Mientras, Raúl sale sigilosamente de la despensa y cruza la cocina. Está a punto encontrarse con Cándido, que ha oído sus pisadas y acaba de salir al hall a ver quien es el intruso. Raúl recula hacia la cocina, Cándido va tras sus pasos, Raúl intenta esconderse en el salón, corre a gatas por detrás del sofá, llega a la mesa camilla y se esconde bajo el faldón. Cándido le busca por las esquinas, desplaza el sofá, arrastra los muebles, arranca las cortinas. Está histérico. Ya sólo le falta por revisar la mesa camilla cuando su móvil empieza a sonar, le están llamando de la oficina, Cándido se disculpa con su jefe, le dice que se ha dormido, el jefe está cabreado, Cándido también lo está, porque sospecha que hay un fantasma en su casa, pero si se lo contara a su jefe no le creería. Mientras tanto la mesa camilla, como si tuviera vida propia, se desplaza velozmente a través del salón en dirección a la puerta de salida. Cándido corre tras ella y le levanta el faldón, pero debajo ya no hay nadie y la puerta de la escalera está entreabierta; el pájaro ha volado. Cándido se vuelve hacia su mujer y grita:
CÁNDIDO. ¡¡Fina!!
FINA. No grites que estoy aquí, bien cerca.
CÁNDIDO. ¿Quién estaba aquí contigo?
FINA. ¿Conmigo?
CÁNDIDO. ¡Aquí había un hombre!
FINA. No digas estupideces. ¿De verdad crees que si hubiese un hombre aquí, no le habrías visto?
CÁNDIDO. Aquí había un hombre y estuvo jugando conmigo al escondite, no te hagas la inocente.
FINA. Vale, sí, había alguien y te voy a decir quien era. Era un fantasma.
CÁNDIDO. ¿Qué?
FINA. Era el fantasma de mi pobre hermano muerto. Ese que tú echaste de esta casa a la calle como si fuera un perro sarnoso.
CÁNDIDO. Tu hermano era un yonqui.
FINA. Era mi hermano y yo era lo único que él tenía en el mundo. Al echarle de casa le mataste.
CÁNDIDO. Murió de una sobredosis.
FINA. Se suicidó porque le echamos de casa.
CÁNDIDO. O sea, que sigue viniendo por aquí después de muerto.
FINA. Según él, las almas de los que se suicidan siguen vagando algún tiempo por los lugares que habitaron. De vez en cuando me visita.
CÁNDIDO. Y, ¿qué hace? ¿Habla contigo?
FINA. Pues claro. ¡Pobre hermano mío! ¡Ni después de muerto descansa en paz! (Fina rompe en sollozos)
CÁNDIDO. Ni después de muerto deja de darte disgustos. En fin, deberías habérmelo dicho. Tengo que irme.
FINA. Vete, Cándido, antes de que tu jefe te vuelva a llamar para decirte que estás despedido.
FIN