El contorsionista
Cuento ganador del LXVIII
concurso quincenal de Bubok Tema: La metamorfosis
Julia
miró con los ojos enrojecidos de llorar, el desordenado montón que formaban
todos sus enseres en medio de la pieza principal de la vieja casa. Aquella
misma mañana, el banco les había echado, por no poder pagar la hipoteca, del
pequeño apartamento que fue su hogar durante un año. Tres hombres habían
llegado con la policía y habían sacado todas sus cosas a la calle. Su tía
Isaura, al verles allí en la acera sin saber a dónde ir, les había ofrecido
aquella casona que, además de estar bastante apartada del núcleo urbano,
ofrecía un desagradable aspecto de abandono, tanto por fuera como en el
interior.
-Hasta
la pasada semana vivió en ella un tipo algo extravagante y huraño, pero limpio
–les explicó la tía-. Se llamaba Aquilino y nunca llegué a saber a que se
dedicaba últimamente, sólo me dijo que de joven había sido contorsionista, que
durante un tiempo había trabajado en un circo y más tarde se había enrolado en
un barco de pesca. De pronto desapareció y no volvimos a verle el pelo. Se fue
sin pagarme cuatro meses. Seguro que andará navegando por esos mares de Dios
El
primo Iván, hijo de la tía Isaura, les había hecho gratuitamente la mudanza en
su sucia y destartalada furgoneta y les había ayudado a meter todo el flete en
el comedor. Javier, el marido de Julia, se había ido a trabajar y ella había
quedado sola en la casona contemplando las cajas de cartón que contenían su
vajilla, las bolsas de la basura con su ropa, un fardo hecho con una colcha
atada por las cuatro esquinas, algún pequeño electrodoméstico, un colchón y una
alfombra todavía enrollada.
Ahora
empezaba a oscurecer y Julia pulsó el interruptor de la luz, pero la única
bombilla que colgaba del techo no se encendió y lo mismo le ocurrió con todas
las luces de la casa; se asomó a la ventana y constató que las casas cercanas
permanecían a oscuras. “Debe de ser una avería general,” pensó. Por suerte,
Aquilino había dejado una gran provisión de velas en un cajón de la cocina; fue
encendiendo y dejando una en cada habitación de la casa, luego volvió a la
cocina y comprobó que había un calentador de agua que funcionaba con butano; lo
encendió, entró en uno de los dos cuartos de baño, el más amplio, abrió el
grifo del agua caliente y, mientras se llenaba la bañera, empezó a desnudarse.
Se había quitado el vestido y los zapatos, cuando las bombillas se encendieron
e iluminaron de golpe todas las habitaciones. Fue entonces cuando vio la
lavadora de la ropa en una esquina del baño y a través del cristal de la puerta
de carga vio que había algo extraño dentro. Se acercó y se agachó a mirar qué
era; un rostro de hombre, lívido, cadavérico, aplastado contra el cristal, la
miraba fijamente desde el interior con unos ojos desorbitados. Julia lanzó un
grito de espanto y cayó al suelo desvanecida.
El
Hado burlón, quiso que la mano que tenía apoyada en la lavadora se
deslizara unos centímetros y quedara encima
de los botones del encendido y del centrifugado, manteniéndolos presionados, de
modo que el tambor empezó a girar, con aquella cosa en su interior, a dos mil
quinientas revoluciones.
No
se sabe con exactitud cuanto tiempo estuvo Julia desmayada, pero cuando
despertó, la lavadora seguía centrifugando. Al recordar lo que había visto,
Julia se levantó de un salto y salió corriendo del baño. En la cocina, después
de tomar una tila, empezó a hacer conjeturas: “Es un hombre, eso está claro, yo
diría que es el inquilino Aquilino, el contorsionista, pero, ¿quién le metió en
la lavadora? A ver: hay dos posibilidades, una que el marido de mi tía haya
venido a reclamarle el alquiler, hayan discutido, a mi tío se le haya ido la
mano y le haya matado y no se le ocurriera un sitio mejor para ocultar el
cuerpo. La otra es que él mismo se haya metido ahí, en un esfuerzo por
demostrarse a sí mismo que todavía conservaba la flexibilidad de su juventud;
pero, incluso para un contorsionista, tiene que ser muy difícil acomodarse en
un espacio tan reducido como es el tambor de una lavadora de ocho kilos, así
que cuando quiso salir y vio que sus miembros anudados se habían bloqueado y no
le obedecían, se puso nervioso, luego sufrió un ataque de pánico y se le paró
el corazón”.
Cuando
llegó Javier, una hora después, y Julia le contó atropelladamente lo sucedido,
entró en el baño y paró la lavadora que seguía girando sin control, abrió la
puerta de carga y una pelota perfectamente redonda, un poco mayor que un balón
de fútbol salió por su propio impulso y rodó por el suelo hasta la bañera.
Javier la cogió y se quedó mirándola asombrado, pero al darse cuenta de que
aquello que tenía en sus manos era un cadáver enrollado, comprimido y
compactado, lo soltó de inmediato; la pelota cayó en el agua de la bañera y
empezó a desenrollarse despacio.
Aquilino
había perdido en parte la forma de un cuerpo humano: había quedado reducido a
apenas ochenta centímetros de largo, tenía una cabeza desmesurada, con cuatro
pelos que ondeaban en el agua, tenía el cuerpo aplastado como una tabla y las
piernas enroscadas una con otra. Se hundió despacio en la bañera y, al
sumergirse, proyectó una columna de burbujas que reventaban, silenciosas, en la
superficie. A la vista de semejante horror, Javier perdió de golpe toda su
entereza, se le revolvió el estómago y vomitó en el agua, encima del
contorsionista; seguidamente, abandonó el baño a toda prisa, cerró la puerta y
la precintó clavándole un par de tablas cruzadas.
-No
estaremos mucho tiempo aquí –le dijo a Julia para tranquilizarla-, y mientras,
podemos arreglarnos con el otro cuarto de baño, aunque sea un poco más pequeño
e incómodo.
-Sí,
pero esas tablas que clavaste en la puerta no hacen más que recordármelo.
-Eso
puede evitarse si colgamos unas cortinas que las oculten.
Así
lo hicieron, pero ocurrió que, una semana después, en el baño precintado
empezaron a oírse ruidos cada vez más fuertes y más insistentes. Javier se armó
de valor, desclavó la puerta y la abrió con cuidado. Aquilino seguía en la bañera,
pero su cuerpo había sufrido una nueva metamorfosis: en el lugar de los brazos
tenía ahora dos aletas, no tenía cuello, su piel se había oscurecido y su boca
era enorme; en conjunto ofrecía un aspecto horripilante. Se estaba
transformando en un pez, pero no en uno
cualquiera, sino en un pez muy feo: el Lophius Budegasa, más conocido
vulgarmente como: Rape.
Javier
se forzó a no apartar la vista de él, vio que movía débilmente la cola y se dio
cuenta enseguida, de que se estaba muriendo de inanición. Con el mango de la
escoba levantó el tapón de la bañera para que saliera el agua y el pez comenzó
a boquear; consiguió meterlo en un saco de lona y lo llevó en el coche hasta la
orilla del mar. Una vez allí lo soltó desde el acantilado; lo vio zambullirse
en el agua y a continuación alejarse a lomos de una ola y le gritó:
-¡Adiós,
Kilo, amigo, pescador reconvertido en pez! ¡Cuidate de tus antiguos colegas,
que no te atrapen en la red!