Aulló como un lobo solitario y la
montaña le devolvió el eco de su aullido, después volvió a la cueva y se sentó
junto al fuego, al lado de su esposa.
-¿Cómo te atreviste
a hacerlo? Era nuestra casa –le
recriminó ella, mientras una lágrima descendía despacio por su mejilla.
-Por eso mismo, porque iban a
quitárnosla y no podía permitir que nadie pisoteara un lugar donde fuimos tan
felices. Un bidón de gasolina y una cerilla fue todo cuanto necesité; luego, la explosión de la bombona del butano puso a mi
obra el broche final.
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