El fantasma
SAINETE EN UN SOLO ACTO
Personajes:
Fina (mujer
de unos cuarenta años)
Cándido
(marido de Fina, cuarenta y cinco años)
Raúl (vecino
de ambos, unos treinta cinco años)
La escena
está dividida en tres estancias, abiertas frente al espectador: El hall, la
cocina y el salón. En la pared del salón hay un reloj que indica que son las
seis de la mañana. En el salón hay un mueble bar una mesa de comedor y seis
sillas, un sofá, dos sillones, una mesita baja y, en una esquina, una mesa
camilla vestida con un faldón largo.
Fina y Cándido están de pie en el hall, ella
se acerca, le da un beso de despedida y le dice: hasta luego cariño. Cándido
está vestido de traje y corbata y Fina está en zapatillas y bata y el pelo
despeinado como quien acaba de levantarse de la cama. El hombre abre la puerta
que da a la escalera, sale y cierra tras de sí. Fina desaparece a toda prisa
por otra puerta y regresa un minuto después con el pelo recogido y ataviada con
un “picardías” rojo que insinúa más que oculta, se acerca a la puerta por la
que salió su marido, la abre un poco y la deja arrimada sin encajar el cierre,
luego empieza a pasear, como presa de una súbita inquietud, entre el hall y el
salón, mientras se oyen las notas de una vieja canción y la voz lejana de Sara
Montiel que canta: Ven y ven y ven, chiquillo vente conmigo. La puerta se abre
despacio y entra Raúl, cauteloso, con sigilo. Fina y Raúl se abrazan, comienzan
a besarse, van hacia el sofá del salón y por el camino, entre beso y beso, se
van desnudando. Se tumban en el sofá y, de pronto suena el timbre de la puerta,
tres timbrazos seguidos.
FINA. ¡Es mi
marido que ha olvidado algo! ¡Escóndete! ¡En la terraza no, que ahí te ve!
¡Aquí en la despensa!
Raúl corre de un lado a otro, descalzo, en
calzoncillos y recogiendo la ropa del suelo, Fina le empuja a la despensa, le
cierra y va corriendo a abrirle la puerta a su marido, que no ha parado de
tocar el timbre.
CÁNDIDO.
¿Donde andas?
FINA. ¿Qué
has olvidado esta vez?
CÁNDIDO. La
carpeta roja, ¿la has visto? (Cándido da unos pasos hacia el salón y tropieza
con una de las zapatillas de Raúl. Fina, con disimulo, le da una patada a la
otra zapatilla y la hace desaparecer bajo el sofá).
CÁNDIDO.
¿Qué coño hay tirado por el suelo? (coge la zapatilla, la mira y luego mira a
su mujer y pregunta), ¿Y esta zapatilla?
FINA. La
habrá traído el gato.
CÁNDIDO.
¡Fina!
FINA. ¿Qué?
CÁNDIDO. ¡No
tenemos gato!
FINA. Me
refiero al gato de Raúl, que no hace más que metérsenos en casa.
CÁNDIDO. ¿El
gato de Raúl? ¿Y por dónde entra?
FINA. Entra
por la terraza y a veces trae cosas. (Se oye un golpe en la despensa, como si
se hubiera caído algo de un estante).
CÁNDIDO.
¡Está en la despensa!
FINA.
(asustada), ¿Qué dices?
CÁNDIDO.
Digo que el gato de Raúl está aquí. (De dos zancadas, se planta ante la puerta
de la despensa y ya tiene la mano en el pomo, cuando Fina lanza un grito y se
deja caer al suelo. Cándido se vuelve a ver qué le pasa)
FINA. ¡Ay!
¡Ay, qué dolores!
CÁNDIDO. ¿Se
puede saber qué te ha pasado?
FINA. Creo
que me hice un esguince en este tobillo.
Cándido la levanta y la sienta en el sofá.
Mientras, Raúl sale sigilosamente de la despensa y cruza la cocina. Está a
punto encontrarse con Cándido, que ha oído sus pisadas y acaba de salir al hall
a ver quien es el intruso. Raúl recula hacia la cocina, Cándido va tras sus
pasos, Raúl intenta esconderse en el salón, corre a gatas por detrás del sofá,
llega a la mesa camilla y se esconde bajo el faldón. Cándido le busca por las
esquinas, desplaza el sofá, arrastra los muebles, arranca las cortinas. Está
histérico. Ya sólo le falta por revisar la mesa camilla cuando su móvil empieza
a sonar, le están llamando de la oficina, Cándido se disculpa con su jefe, le
dice que se ha dormido, el jefe está cabreado, Cándido también lo está, porque
sospecha que hay un fantasma en su casa, pero si se lo contara a su jefe no le
creería. Mientras tanto la mesa camilla, como si tuviera vida propia, se desplaza
velozmente a través del salón en dirección a la puerta de salida. Cándido corre
tras ella y le levanta el faldón, pero debajo ya no hay nadie y la puerta de la
escalera está entreabierta; el pájaro ha volado. Cándido se vuelve hacia su
mujer y grita:
CÁNDIDO.
¡¡Fina!!
FINA. No
grites que estoy aquí, bien cerca.
CÁNDIDO.
¿Quién estaba aquí contigo?
FINA.
¿Conmigo?
CÁNDIDO.
¡Aquí había un hombre!
FINA. No
digas estupideces. ¿De verdad crees que si hubiese un hombre aquí, no le
habrías visto?
CÁNDIDO. Aquí
había un hombre y estuvo jugando conmigo al escondite, no te hagas la inocente.
FINA. Vale,
sí, había alguien y te voy a decir quien era. Era un fantasma.
CÁNDIDO.
¿Qué?
FINA. Era el
fantasma de mi pobre hermano muerto. Ese que tú echaste de esta casa a la calle
como si fuera un perro sarnoso.
CÁNDIDO. Tu
hermano era un yonqui.
FINA. Era mi
hermano y yo era lo único que él tenía en el mundo. Al echarle de casa le
mataste.
CÁNDIDO.
Murió de una sobredosis.
FINA. Se
suicidó porque le echamos de casa.
CÁNDIDO. O
sea, que sigue viniendo por aquí después de muerto.
FINA. Según
él, las almas de los que se suicidan siguen vagando algún tiempo por los
lugares que habitaron. De vez en cuando me visita.
CÁNDIDO. Y,
¿qué hace? ¿Habla contigo?
FINA. Pues
claro. ¡Pobre hermano mío! ¡Ni después de muerto descansa en paz! (Fina rompe
en sollozos)
CÁNDIDO. Ni
después de muerto deja de darte disgustos. En fin, deberías habérmelo dicho.
Tengo que irme.
FINA. Vete,
Cándido, antes de que tu jefe te vuelva a llamar para decirte que estás
despedido.
FIN
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