jueves, 10 de mayo de 2012


Hipotético visitante despistado: Ni soy poeta ni escritor, pero suelo jugar en los dos campos. Tengo dos primeros premios en el concurso de relatos de Bubok: uno, El contorsionista, se puede leer en el blog: Calle de los relatores, pero "la florista" no está, por eso decidí ponerla aquí, por si estás aburrido y decides leerla.



La florista
Cuento ganador del LXVI concurso quincenal de relatos de Bubok. Tema: Los celos

La anécdota que me dispongo a narrarles la escuché de labios de un borracho, hace dos años, en un bar. El borracho era, por supuesto, el protagonista de la historia, la víctima. Tras el intento de ahogar sus penas en alcohol, acabó compartiéndolas conmigo. Digamos que se llamaba Francisco:
Tenía treinta años recién cumplidos y se consideraba un hombre afortunado: tenía novia formal, estaba empleado en una asesoría y en su tiempo libre cultivaba flores y plantas de jardín en una finca de sus padres, de nombre La Goleta. La mayoría de las plantas se las llevaba a Clarita, su novia, que tenía una floristería.
El tercero en discordia, su mejor amigo, se llamaba Raúl y tenía también una finca, con una bonita cabaña, muy cerca de La Goleta. Raúl era un joven atractivo, seductor y mujeriego.
La chispa saltó el día que acompañó a  Francisco a la floristería de Clarita. Era la primera vez que entraba allí y se sorprendió al verse en medio de aquella especie de selva tropical. La florista contoneaba sus generosas caderas esquivando, sin tocarlas, las plantas que tenía repartidas por el suelo, por las estanterías y colgadas del techo. Muchas veces se había encontrado con ella en la calle, pero nunca había sentido en su presencia una llamarada de deseo tan apremiante como ese día; quizá se debiera a la influencia del decorado; ella no paraba de hablar y moverse y sus manos revoloteaban, cual mariposas, entre las flores. Raúl se vio haciendo algo que no había hecho en su vida: comprar rosas para su madre.
-¿De que color las prefieres? –preguntó Clarita, y sus ojos brillaron con la más seductora de las sonrisas.
-No sé... son para mi madre.
Al sacar el dinero, para pagarle, dejó caer una moneda. Ambos se agacharon a cogerla y sus manos se encontraron en el suelo, detrás de un enorme ficus. Se miraron, ella dejó escapar una risita algo nerviosa y, durante unos segundos, en sus ojos brilló un destello de complicidad.
Testigo del descarado coqueteo, Francisco palideció y arrugó furiosamente la factura que guardaba en su mano derecha, dentro del bolsillo.
                                         ***
Quince días después de aquel suceso, la relación entre Clarita y Francisco se había deteriorado hasta límites insostenibles, tanto, que aquella misma tarde, hacía tan sólo un par de horas, ella le había dicho por teléfono que no estaba segura de sus sentimientos y que lo mejor era  que no volvieran a verse durante un tiempo. Con el corazón destrozado, pues estaba perdiendo a la vez a su novia y a su amigo,  Francisco corrió a refugiarse en La Goleta. No quería ver a nadie pero, a escondidas, se asomó a la finca de Raúl y vio el coche de éste delante de la cabaña. Sabía que tenía la costumbre de llevar allí a sus conquistas y, por un momento, se imaginó a Clarita en sus brazos, entregada a sus caricias. Desesperado volvió a su finca y se dedicó a “jugar al balón” con las macetas de geranios.
 De pronto se detuvo; una idea se había abierto paso en la negrura de su mente, un razonamiento tan simple que no comprendía cómo no lo había pensado primero: “Era indudable que Raúl estaba allí con una mujer, pero no podía ser  Clarita, pues eran las siete y diez de la tarde y la florista cerraba la tienda a las siete y media.”
Para estar más seguro decidió llamar por el móvil a la floristería.
-Diga –oyó que decía Clarita.
-Hola, soy yo, Francisco.
-Lo sé, conozco tú número.
Francisco se apresuró a inventar una excusa.
-Te llamo desde La Goleta porque tengo un pequeño problema; verás, tenía que llevarte un palmito que mide casi dos metros para un cliente tuyo, pero tengo el coche averiado. Pensé que quizá podrías venir tú a buscar la dichosa planta. La quiere para mañana por la mañana.
-Bueno, dentro de quince minutos cierro y voy a buscarla.
-Si puedes cerrar un poco antes te lo agradecería; tengo prisa.
En cuanto cortó la comunicación, Francisco pensó en voz alta:
“Crucemos los dedos para que los dos tortolitos, Raúl y quienquiera que sea ella, no levanten el vuelo antes de que llegue Clarita”.
Clarita llegó a La Goleta a las siete y media; el coche de Francisco le bloqueaba la entrada. Él, subido a un árbol, vigilaba con unos prismáticos la cabaña de Raúl.
-Fran, ¿qué haces encaramado ahí arriba?
-Cuelgo casitas de madera para que los pajarillos hagan sus nidos en ellas.
-¿Puedes apartarme el coche para que pueda entrar?
-No puedo, el motor no arranca. Ya te lo dije.
-Y, ¿dónde doy la vuelta?
-En la entrada de la finca de Raúl, allí está más ancho. Voy contigo, por si lo ves difícil.
Montó en el coche con ella; la observó, Clarita permanecía seria, con la mirada al frente, y Francisco pensó: “La muy zorra, guarda su encantadora sonrisa para él.” Cuando llegaron, miró hacia la cabaña de su amigo y exclamó fingiendo sorpresa:
-¡Vaya, no sabía que estaba aquí Raúl!
-¿Raúl? Que raro; me dijo que trabajaba de tarde –se extrañó Clarita.
-¿Qué estará haciendo en la cabaña a estas horas? –se preguntó Francisco, en un tono marcadamente irónico, cuando volvían a La Goleta.
Clarita le lanzó una mirada suspicaz.
-Y ahora, ¿dónde aparco el coche? –inquirió.
-No hay donde; tienes que dejarlo en medio del camino. Sólo serán cinco minutos.
Francisco se apeó y se encaminó despacio hacia los invernaderos, murmurando: “Vamos, Raúl, es hora de volver a casa; no nos hagas esperar demasiado”
Cinco minutos después, Clarita empezaba a impacientarse:
-¡Francisco! ¿Qué haces?
-Ya voy, es que se me había olvidado regar las petunias, pero ya termino. Dos minutos, ni uno más ni uno menos. Ya que estás aquí, podía mandarte también unos geranios, pues a lo peor se alarga la avería del coche y no puedo llevártelos cuando los necesites. Bueno, ya terminé. Voy a buscar el palmito, que está en el otro invernadero. ¿Qué me dices de los geranios? ¿Te echo media docena?
-Vale, pero date prisa.
Francisco cargó las plantas en una carretilla, mientras pensaba: “Creo que debería idear un plan B. por si este me falla” Entonces escuchó el ruido de un coche, se asomó y lo vio aparecer. Era Raúl y, como había sospechado, no venía solo.
-¡¡Raúl!! –gritó Clarita, al verle acercarse a toda velocidad, sin intención de parar.
Raúl, no frenó, metió el coche por la cuneta y pasó rozando el coche de Clarita, al que arrancó el espejo de cuajo; al querer salir de la cuneta derrapó, cruzó la pista y chocó suavemente contra un árbol. Clarita, que se había echado las manos a la cabeza, se acercó y se encontró con una jovencita de ojos azules, larga melena rubia y un aro en la nariz, que, asustada, se apeaba apresuradamente del coche. Mientras, Raúl intentaba soltar el cinturón de seguridad. Clarita se arrimó al coche, asomó la cabeza por la ventanilla y exclamó con rabiosa ironía:
-Hola, mi amor. Dime: ¿no te obedecen los frenos o es que estás ciego y sordo?
Raúl intentó sonreír, pero el semblante de Clarita no invitaba a la sonrisa; aquellos ojazos verdes que siempre sonreían al mirarle, en aquel instante arrojaban chispas como dos tizones encendidos.
-No sé que me pasó. Perdona, pero ahora no puedo explicártelo; tengo un poco de prisa, tengo que llevar a esta chica a casa.
-¿Esta chica? ¿Y se puede saber que hace por aquí contigo? –Sin esperar respuesta, Clarita miró por encima del hombro a la rubia, que les miraba a ambos con expresión alucinada, y le preguntó-: ¿Tú quién eres?
-Me llamo Noemí y soy su novia.
-¿Su novia? –Clarita volvió su atención a Raúl- ¿Eso le hiciste creer para llevártela al catre?
-Clarita, creo que eso podríamos...
Raúl tartamudeaba. Noemí no le dejó terminar, empujó a Clarita y ocupó su lugar en el hueco de la puerta entreabierta.
-¡Raúl!, –chilló- ¡¿quién es esta tía que te dice, mi amor?!
-Vamos, Raúl, dile quien soy yo, cuéntale a esta mocosa lo que me decías ayer por la tarde, las promesas que me hiciste.
-¿Estás liado con ella también? ¡Contesta! –inquirió Noemí.
-No exactamente.
-¿Qué quiere decir, no exactamente?
-Sí, ¿qué quieres decir?, –repitió Clarita, empujando a Noemí y ocupando su sitio-. Debería darte vergüenza engañar así a una niña.
-¿Qué dices, tía? pero ¿tú de qué vas? –replicó Noemí.
-¿Qué edad tienes, Noemí?
-¿A ti qué coño te importa?
-Podría hacer un chiste con tu respuesta, pero creo que no lo entenderías.
-¡Que te follen!
-Ya veo que estáis hechos el uno para el otro. Raúl, mira a ver si puedes apartarte de mi camino que no tengo tiempo ni ganas de oír rebuznar a tu amiguita.
-¿Oír qué? –rugió Noemí
Clarita no contestó.
Noemí montó de nuevo en el coche de Raúl, que aún no había sufrido daños importantes pero que, del portazo que ella le dio a punto estuvo de salirse la puerta del quicio. Clarita permaneció inmóvil viéndoles marchar, luego, abrió la puerta trasera de su furgoneta, cogió el palmito, lo alzó por encima de su cabeza y miró fijamente a Francisco.
-¡No, no! –gritó él al adivinar su intención de tirarlo.
-Mete tu palmito donde te quepa –dijo ella, y lo dejó caer, haciendo añicos la maceta. A continuación se puso al volante y arrancó violentamente, dejando la huella de los neumáticos en el asfalto.
-No quiere volver a verme –murmuró Francisco-. La he perdido; los dos la hemos perdido.
Montó en su coche y se dirigió al bar, a emborracharse. En el bar lo encontré y juntos bebimos hasta el amanecer.
                                     ***
Han pasado dos años desde los sucesos de aquella tarde.
 El verano pasado, volví al pueblo de visita y en la calle me encontré a Francisco; él me conoció; iba acompañado de una mujer joven que empujaba un carrito con un bebé de pocos meses.
-Esta es Clarita, mi esposa –me dijo y añadió señalando al bebé-, y éste es nuestro hijo.
-Así que os habéis casado –dije yo.
-Pues sí; ya va hacer un año.
-Enhorabuena, aunque sea con retraso. El niño es muy guapo.
-Se parece a su madre –dijo él, sonriendo.


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