miércoles, 16 de mayo de 2012



La vid y el laurel

¿Qué tal estás hermana mía?
Yo como siempre, aturdido.
Madre se fue al cementerio
y yo aquí estoy, junto al río;
aquí, donde le jurabas
amor eterno a tu amigo,
entre juncos y espadañas,
con la luna por testigo.
¡Que poco os duró el amor!
Colérico, tu marido,
cuando se supo engañado
concibió brutal castigo:
Siguió en secreto tus pasos
a este rincón escondido
y entre juncos y espadañas
un puñal silente y frío
se abatió sobre vosotros,
tiñendo de sangre el río.

Vuestros cuerpos se llevaron
a dos tumbas muy distantes,
mas yo sé que estáis aquí,
que la sangre de tu amante
palpita en ese laurel
 y la tuya en esta vid
que brotó pegada a él.
Tú te enroscas y le abrazas
y le ofreces tus racimos,
él, esbelto y vigoroso,
te sostiene y te da abrigo.
Un hombre llora en la cárcel
a la mujer que ha perdido
y siente haber empuñado
contra su pecho el cuchillo.
La vid y el laurel, mecidos
por el viento y por el río,
se juran amor eterno,
con la luna por testigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario